martes, 22 de junio de 2010

Para Ella


Cuánto me conocéis vos,
y yo qué poco os conocía,
tan sigilosa, tan callada,
ojerosa, con piel de porcelana,
y qué poco os conocía...

Pequeña gran dama,
de favores caros, chantajista y malograda,
me prometisteis un plácido Olimpo,
y poco a poco me vais sumiendo en la nada,
y qué poco os conocía...

Cuántos golpes, cuánta sangre vertida,
yo desnuda, que en vuestros brazos me ateníais,
secando en vos mis lágrimas,
sin querer saber que un día me las cobraríais,
y qué poco os conocía...

Mi vientre a cada golpe rompéis,
mi garganta con vuestra voz calcináis,
estas perlas, cual dulce néctar,
pierden su brillo cuando por ellas camináis,
y qué poco os conocía...

Y pensar que sois mi hermana,
mi compañera de fatigas,
que en mi mente os alojáis,
cual maligna golondrina,
y qué poco os conocía...

Que de todos mis amantes,
cada cual más arrogante,
fuisteis vos, maldita Eva,
la que con vuestra manzana me tentasteis,
y qué poco os conocía...

Me ganáis por fuerza,
aunque no por valentía,
astuta me llaman,
temed por mí, señora mía,
y qué poco os conocía...

1 comentario:

  1. ‘Oda A La Bella Desnuda’ de Pablo Neruda

    Con casto corazón, con ojos puros,
    te celebro, belleza,
    reteniendo la sangre para que surja y siga
    la línea, tu contorno,
    para que te acuestes a mi oda
    como en tierra de bosques o de espuma,
    en aroma terrestre o en música marina.

    Bella desnuda,
    igual tus pies arqueados por un antiguo golpe
    de viento o del sonido que tus orejas,
    caracolas mínimas
    del espléndido mar americano.

    Iguales son tus pechos
    de paralela plenitud, colmados
    por la luz de la vida.
    Iguales son volando tus párpados de trigo
    que descubren o cierran
    dos países profundos en tus ojos.

    La línea que tu espalda
    ha dividido en pálidas regiones
    se pierde y surge
    en dos tersas mitades de manzana,
    y sigue separando tu hermosura
    en dos columnas
    de oro quemado, de alabastro fino,
    a perderse en tus pies como en dos uvas,
    desde donde otra vez arde y se eleva
    el árbol doble de tu simetría,
    fuego florido, candelabro abierto,
    turgente fruta erguida
    sobre el pacto del mar y de la tierra.

    Tu cuerpo, en qué materia,
    ágata, cuarzo, trigo,
    se plasmó, fue subiendo
    como el pan se levanta de la temperatura
    y señaló colinas plateadas,
    valles de un solo pétalo, dulzuras
    de profundo terciopelo, hasta quedar cuajada
    la fina y firme forma femenina?

    No sólo es luz que cae sobre el mundo
    lo que alarga en tu cuerpo
    su nieve sofocada, sino que se desprende
    de ti la claridad como si fueras
    encendida por dentro.
    Debajo de tu piel vive la luna.

    ResponderEliminar